MORIR EN EL ÉXTASIS

Nancy Arancibia
La Nación, Sábado 9 de Abril de 2005

«Extasis» es la obra que en 1993 los chilenos no pudimos entender. Estábamos en transición y en estado de «consenso». Después de doce años hay más distancia con la coyuntura política y más ironía para reirnos de nuestras propias creencias. Ramón Griffero, su autor y director, sostiene que las preguntas siguen sin respuestas y la controversia bien vale la pena.

En 1993, cuando Chile estaba en plena transición democrática y los paradigmas clásicos -que guiaban a la juventud, a los artistas y a la población de los años 70 y 80- estaban quebrados, Ramón Griffero, activo dramaturgo de la resistencia dictatorial y uno de los más importantes creadores de la escena actual, se preguntó en la obra “Éxtasis”: ¿Y ahora qué? ¿cómo le doy sentido a mi vida?

Entonces nos contó la historia de Andrés, un joven que buscaba ser santo a través del amor por el prójimo, la ayuda los pobres, su enfrentamiento con el demonio, conviviendo con asesinos y con prostitutas. No lo entendieron. No era el momento para dañar el proceso de “consenso de la transición”, cuestionar a la iglesia o al Ejército: no. En esa época, no. Fue duramente cuestionado y su montaje muy poco difundido. La obra tuvo que salir del país para ser reconocida y pasar 12 años para que podamos conocerla. Hoy Chile es un país distinto, pero también “más frustrado e hipócrita”, dice Griffero.

Al momento del estreno, Pinochet era todavía comandante en jefe, Paul Schäfer era una persona buena y el Mamo Contreras iba a las galas del Municipal. Era un momento muy decepcionante. “Lo más doloroso para alguien con percepción artística, y para la gente en general también, fue la reconciliación, porque con ella se instauró la hipocresía, de la que hoy nos empezamos a dar cuenta, después de 30 años eso se va develando”, explica el autor.

La obra

Un joven que busca la santidad mediante los caminos clásicos del cristianismo: dolor, votos de pobreza, el castigo a la carne o tratando de contaminarse con SIDA, así como los santos de la antigüedad lo hicieron con la lepra, es el protagonista: Andrés, que también busca quién ser en esta sociedad, cómo enfrentarse a los males sociales y se debe enfrentar a que el bien y el mal tampoco tengan lugar.

Se enfrenta con un asesino que le dice: “¿Porqué no puedo matar si los militares lo hicieron y nadie les dijo nada? ¿Y yo, no puedo ir a matar una persona? No somos ni buenos ni malos, somos no más” Después, cuando llega al Ejército, se encuentra con que está en el centro mismo del infierno y a la persona que tenía que ejecutar era precisamente una santa.

“Éxtasis abarcaba muchos temas, la pasión, la constatación de que los ideales, sean colectivos o individuales, siempre topan con una estructura social”, dice Griffero.

En su momento la iglesia puso el grito en el cielo (y la sociedad también). No era el momento de cuestionarla, después del importante rol que cumplió durante la dictadura en defensa de los derechos humanos. El dramaturgo aclara que ni entonces ni ahora la crítica fue hacia la iglesia católica. “Creo que Éxtasis tiene que ver con los valores cristianos, más que con la iglesia, porque pertenecemos a una cultura occidental cristiana y hay una lucha contra esos valores en la actualidad. La obra toma muchos elementos de los santos históricos, por ejemplo contagiarse con los enfermos, darle la comida a los pobres, martirizar el cuerpo cuando viene el deseo. Hace una síntesis de 2.000 años de cristianismo o de los caminos para ser santo”.

El personaje quiere dudar, dudar de los milagros, dudar de las estructuras, ponerlas en diálogo, preguntarse para donde van. “Andrés realiza milagros, por lo tanto es un santo, pero no es reconocido como tal. Es un santo laico. Su camino tiene que ver con el deseo o la pasión del ser, de trascender. Por eso en una parte dice: ‘todos queremos ser héroes o santos”.

Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, y surge la pregunta sobre si tiene sentido ver la obra en el 2005. Ramón Griffero piensa que sí, porque las lecturas históricas siguen existiendo. “Creo que en Chile desde el año 93 en adelante estos temas no han cambiado. También creo que Éxtasis no es local, si bien es escrita desde Chile, es de cultura occidental y por eso ha funcionado en otros países. Los temas cristianos de represión o de pedofilia son universales”.

La búsqueda de la espiritualidad o de las ideas, las pasiones, siguen no estando resueltas, siguen sin tener lugar. Antes sabíamos donde estaban, en los partidos políticos, “pero hoy los partidos políticos se transformaron en administradores, en conserjes. Nadie va a morir por el PPD”, dice riendo.

El remontaje conserva la estructura original y sólo se introdujeron cambios en la escenografía, con un sistema de luces que genera la atmósfera de divinidad. Pero al texto no se le hicieron modificaciones, “seria como escribir otra obra”, dice su autor.

El público

Sin embargo, la diferencia la pone el público que sí ha cambiado. “Se ríen en lugares distintos. Antes era un poco más dramática, por el peso mismo de lo que estábamos viviendo. Me he dado cuenta que para el público sigue teniendo sentido, lecturas diversas, quizá ahora con más ironía”.

Los años no han pasado en vano, hay más distancia con esa época y eso da más espacio para ironizar. “Los valores que se le dijeron que eran verdades, hoy se dan cuenta que son ficciones. Es lo mismo que si presentara una obra súper socialista, con la gente arengando sobre el triunfo de los obreros y esos discursos, en ese momento la gente se emocionaba con ellos, hoy se ríe».

Aunque hay espacio para que la gente ironice con sus propias creencias dentro de la historia de un personaje un tanto dramático, la obra no es una tragedia. “La obra no es totalmente dramática, en mis obras siempre he tratado que a través del humor se pase a las ideas”. Sería una lata o un tratado de teología, sobre la santidad.

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