Me siento profundamente orgulloso de toda la herencia de la creación escénica de este país, como al mismo tiempo, lamento profundamente su no instauración histórica como patrimonio cultural.
Hay que señalar que la preservación del patrimonio escénico es algo vivo, no se limita a resguardar los espacios arquitectónicos que los albergaron, los cuales también hemos visto cómo se han esfumado. Si no mantener sus textos reeditados, trasmitir las imágenes y estilos de representación, las poéticas de espacio que la constituyeron.
Pero fundamentalmente esto sólo se logra a través de la existencia y la representación de un repertorio nacional. Es decir, el volver a representar las obras de un patrimonio. Teatros nacionales, cuya labor sea remontar las obras históricas de un país, sea con miradas o lenguajes contemporáneos, o citando su estilo de lenguaje escénico.
Los llamados teatros clásicos de España o la comedia francesa, como muchos otros, desarrollan esa continuidad de un patrimonio que marca su identidad escénica al representar los llamados clásicos, que reflejan cómo un arte percibió su país, su historia, reflejó sus personajes, sus conflictos y costumbres.
Lejos, muy lejos, estamos de esta política de preservación escénica patrimonial. Y es por eso que el teatro clásico chileno está en un olvido, diría es inexistente para el país.
Ya en el centenario Montt pidió elaborar una historia y registro del teatro nacional, el autor encargado se disculpó de no poder contener las más de quinientas obras escritas entre 1810 y 1910. Quién sabe de esas obras y de esos dramaturgos que narraron, nuestra independencia, la guerra del pacífico, la guerra civil del ‘91 , el surgimiento del capitalismo, los lenguajes y costumbres como las pasiones de amor y muerte.
La ausencia histórica de un archivo de las artes escénicas y para qué decir de un museo se suman a la perpetuidad de su inexistencia.
La ausencia de políticas culturales y de instituciones que asuman esa labor hoy también es visible. Lejos estamos de que nuestros teatros se transformen en centros de creación contemporánea y patrimonial, al no existir el concepto de teatros nacionales, como en Argentina, Brasil o Venezuela.
Y para sumarle guindas a estas diatribas…
Nuestro llamado principal escenario, denominado Teatro Municipal, espacio supuesto de creación y manutención del repertorio escénico del país, receptor del mayor presupuesto público para la creación contemporánea y patrimonial de la música, la danza, la ópera, sigue bajo una dirección elegida hace veintidós años por la dictadura, a la cual le organizaba las galas, y de una corporación cultural donde están ausente los creadores. Donde está instaurada una autocracia y censura a la creación.
En estos años no ha generado una ópera nacional y los llamados concursos para los dineros públicos aquí están ausente. Así podemos señalar, un espacio cultural que decide arbitrariamente sobre la valorización de nuestro patrimonio escénico y de su creación contemporánea.
LA BRUTA ESPERANZA… EL DESPERTAR
Sin duda, hay un patrimonio arquitectónico, étnico, técnico, ritual que desaparece y su registro es a través de fotografías, sonoridades, relatos, que son como las voces que hablan del más allá.
Hay otro que está en constante reelaboración.
También hay un patrimonio dormido, que se mantiene en archivos, en viejas ediciones, que esperan su despertar, para ser valorizados y puedan reintegrarse como el legado que constituyen.
Hay seminarios como éste, revistas como la de la Dibam, investigaciones y preocupación académica.
Habrá nuevos espíritus de época que revaloricen y desentrañen este patrimonio.
Habrá políticas culturales, donde el Estado asuma plenamente su rol, no tan sólo de administrador o conserje de una economía, si no también como representante del espíritu de su nación.
Tal vez habrá algún instante que el concepto de soberanía no se limite sólo a la defensa armamentística de nuestras fronteras, sino que incluya la definición de soberanía cultural y patrimonial. Necesitamos otro tipo de armas, que no causan destrucción si no alimentan el espíritu, trasmiten la herencia y nos den un repertorio de ideas e imaginarios para entender y poder hablar de quienes habitan este planeta y este territorio.
Destaques:
1. “Recorran nuestras avenidas y plazas y cuenten los monumentos a generales, tenientes, sargentos y almirantes para ver donde la República situó su mirada. Y constatemos la ausencia de dramaturgos, coreógrafos, artistas visuales etc.
2. Es claro que la cultura y el arte son esencias de nuestra identidad. Así como la creación, no como una manifestación hedonista del imaginario, si no como registro de un ser y sentir a través del tiempo. Como un registro de quienes fuimos y soñamos. Subrayando la defensa del arte hoy porque constituirá la cultura del mañana.
3. La herencia existe sólo cuando sabemos de ella, cuando nos sentimos parte, porque nos genera los referentes de un existir.
4. No podemos defender, ni querer, lo que desconocemos.
Ramón Griffero