Ramón Griffero: Expresarse en el teatro, Revista Mensaje

Ramón Griffero: Expresarse en el teatro

El director y dramaturgo, Premio Nacional de Artes de la Representación 2019, repasa su extensa trayectoria, habla de viejas y nuevas utopías, y destaca el “saber maravilloso” que hay en la poco difundida dramaturgia clásica local.

Jazmín Lolas

Ramón Griffero es, por el lado materno, bisnieto de un músico español (Ramón Sánchez Gaytán) que se instaló en Iquique en la época de las salitreras y llegó a ser director de la orquesta del Teatro Municipal de esa ciudad. Griffero habría querido seguir sus pasos y dedicarse a la música, pero talento no tenía, según reconoce: “Toco la guitarra y la gente sale corriendo”. Resignado, o realista, se convirtió entonces, y como todo el mundo sabe, en un profesional del teatro, aunque ese no era su deseo.

Nacido en Santiago en 1954, Griffero vivió en el exilio desde el golpe de Estado y hasta 1983. Primero estudió Sociología (en Inglaterra) y, más tarde, cine y teatro (en Bélgica). Con la tercera carrera su propósito era instrumental. “Quería aprender a dirigir actores en mi futuro trabajo en el cine. Ya en la primera obra que hice —Ópera para un naufragio—, al egresar (de la Universidad de Lovaina), uní ambos lenguajes. También me di cuenta de que era una obra para otro público, para el público de Chile. Pero Chile estaba bajo dictadura y el único espacio de resistencia en el que uno podía trabajar sin medios era el teatro. Yo tenía que expresarme desde algún lugar y ese lugar me lo entregó el teatro”, recuerda.

Fundador a su regreso de la compañía Teatro de Fin de Siglo y de El Trolley, un centro cultural memorable por sus fiestas y por las diversas expresiones artísticas que en él convivieron durante la dictadura, Griffero ha escrito y dirigido obras como Historias de un galpón abandonado, Cinema Utoppia, Río abajo, 99 La morgue y Éxtasis, relevantes y reconocibles por la innovación en la puesta en escena —el cine llevado al escenario— y por el protagonismo de aspectos fundamentales de la condición humana y el desarrollo de las sociedades: la identidad sexual, la marginación, la violencia y el enfrentamiento político, entre otros.

“INICIAR OTRO CICLO”

Hace casi tres meses, Ramón Griffero recibió el Premio Nacional de Artes de la Representación por los aportes de su extensa trayectoria, en la que también se incluye la docencia. “Para mí es un premio que otorga la ciudadanía, porque es financiado por los chilenos. Y sin duda es un bello reconocimiento. Obtenerlo es muy bonito e inesperado: aunque uno postula para ganarlo, hay tanta, tanta gente que lo merece. Llegó justo en el momento de iniciar otro ciclo”, comenta el dramaturgo, que este mes termina su periodo en la dirección del Teatro Nacional Chileno, cargo en el que permaneció durante tres años.

“El teatro (Sala Antonio Varas) se ha abierto a mucha creación, de todas las edades, y ha incorporado a gente de sindicatos, organizaciones sociales y municipalidades, que van gratis a ver las obras. En esta nueva coyuntura, el teatro tiene que replantearse nuevamente. Yo cumplí con el objetivo de reposicionarlo y lo dejaré para dedicarme a la creación, para la que no hay espacio cuando uno está de gestor. No puedes hacer ambas cosas al mismo tiempo”, explica.

Entre otras cosas, Griffero quiere retomar la escritura narrativa —también es autor del volumen de relatos Soy de la Plaza Italia, de 1993—, crear guiones, intentarlo con el cine, que era su primera opción en el área artística.

–Hay una continuidad en mi trabajo, aunque abarque distintas áreas. Uno descubre para qué tiene capacidades, porque en el arte no solo se trata del deseo. Nunca quise hacer teatro, pero en el teatro encontré un espacio de expresión. Siempre se dice que la gran herencia de Pinochet fue el modelo económico y la Constitución, pero también dejó otra herencia: la política cultural, que reemplazó a los creadores y estableció la farándula, como si la farándula fuera el espíritu crítico del país. Será el espíritu crítico de los peinados, ¿no?, pero nada más.

—¿Entonces encontró satisfacciones en el teatro, además de un medio?

El teatro nos permitió tener otra percepción de la realidad, porque la televisión se dedicó a la farándula y porque el arte conecta con las emociones. La política, por ejemplo, hoy no conecta con las emociones, porque los políticos son más bien conserjes o gerentes y uno escoge a los candidatos que ellos, como la nobleza, te ofrecen. Por eso les calza tan bien el término “clase política”. Como el arte conecta con las emociones, lo que he hecho en el teatro ha tenido un eco en el público, porque uno construye comunidad con quien ve el arte. Después del fin de la dictadura, surgió la necesidad de hacer resistencia en un contexto donde las utopías individuales no tenían lugar. Las utopías individuales son importantes, no puedes negarlas, y el teatro fue un espacio para manifestarlas.

—En su obra más reciente, “La iguana de Alessandra”, aparece la búsqueda de otro planeta como el camino a un mundo ideal. Algunos científicos sostienen que no podemos confiarnos en esa apuesta, la de colonizar el espacio.

La obra habla de un lugar donde tal vez podamos recomenzar, donde podamos darnos la oportunidad de partir de nuevo, considerando que “el nunca más” no existió: siempre se vuelve a torturar, a asesinar, a la guerra. La obra atraviesa varias utopías, desde la cristiana, que también ha sido fallida, porque si no estaríamos amándonos unos a otros y el mundo sería maravilloso. Las utopías son todas muy bonitas en su manifiesto, pero cuando han sido aplicadas, la humanidad ha sido incapaz de plasmar ese deseo de armonía. Uno dice: “¡Ojalá que lleguen los extraterrestres y nos cambien, jajaja, que haya una intervención en el ADN!”. Porque hay gente que puede vivir en el oasis, pero el 99 por ciento no puede.

TEATRO, UTOPÍAS, PATRIMONIO

—¿Cuál es la utopía del Chile contemporáneo?

Este reciente movimiento social no surgió, como se auguraba, a raíz de una conciencia de clase. La gente tiene una conciencia de la vida y desea un buen vivir. El buen vivir es la utopía a la que aspiramos hoy. Buscamos que las inequidades no sean tantas. Ese es el motor. Ya no corre la cosa de que usted es pobre porque no es talentoso, porque no es emprendedor, porque no se esfuerza. Por eso se ha producido una separación tan grande entre la clase política y los ciudadanos, porque la clase política sigue pensando en los mismos esquemas. Si el planeta es de todos, todos tenemos algo que decir.

—¿En qué medida el teatro chileno está reflejando nuestra evolución como sociedad?

El teatro en Chile siempre ha sido un reflejo del espíritu de su época, pero lamentablemente no hay concepto de patrimonio respecto a las artes. Tenemos teatro desde los inicios de la Independencia: entre 1810 y 1910 hay registro de más de quinientas obras, en 1907 había en Santiago veintitrés salas y la tercera sociedad de autores dramáticos del mundo es la chilena. Hay obras contemporáneas a O’Higgins que hablan de la Independencia, obras sobre la Guerra del Pacífico, que son bien xenofóbicas, pero que reflejan la guerra. Si uno siguiera la historia del teatro chileno, que no está difundida, conocería también la historia del país. Yo soy dramaturgo gracias a esa memoria enorme. En todas partes hay un edificio dedicado a mantener el teatro clásico del país, pero aquí no. Ahí hay un saber maravilloso, pero nadie puede querer lo que desconoce. MSJ

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