Soy de la Plaza Italia

«Soy de la Plaza Italia», editado en 1992 por Neptuno Editores,
con ilustraciones de Herbert Jonckers

Edición ampliada por: Editorial Los Andes, Santiago. 1995

Narrativa

Primera Edición Neptuno Editores 1992

Ilustraciones Herbert Jonckers

La Santidad

Uno de los relatos de la antología.

Ahora me tenían sentado frente a esos cuatro señores y una dama. Ella escribía, tres me miraban atentamente y el cuarto fijaba su vista sobre su rodilla. Fue él quien insistió para que le hablara más sobre la santidad. Sus pestañas, que se movían como los pies de una araña de rincón, me infundieron una profunda confianza. Empecé contándoles que a los nueve años había ocurrido mi primera revelación. Fue un atardecer, cuando Manuel había terminado de pasarla virutilla por la casa, que yo lo acompañe como siempre hasta el paradero. Ese día me invitó a que lo siguiera a su lugar; no dude, al contrario, partí alegre.

Ellos sabían el resto, ya que tenían los recortes de los diarios. De lo que no estaban informados era que mientras Manuel me tenía amarrado contra el muro, rasgando mis calzoncillos con un cuchillo, alentándome a no gritar, si no quería que aquel se introdujera por mi garganta. Yo no sentía pavor ni desesperación, menos aún cuando me afeitó los pocos vellos que emergían de mi pubis. Estando con los brazos estirados contra el muro, divise una pequeña estampa de la última cena y me sentí como un mártir. Manuel no era más que un animal, un león pagano que con su lengua y dientes engullía mis carnes.

«¿Usted conoce la revista Vidas Ejemplares?» Le pregunté a la Señorita que anotaba. Ella se sorprendió, dejó de escribir y miró al que balanceaba su pie, quien asintió con su cabeza. Bueno continué- desde los seis años que las leía, deseando tan sólo algún día poder sufrir y vivir como ellos lo habían hecho.
Por mi cuenta ya había visto más de cinco veces la película «Los últimos días de Pompeya». Sentado en la primera fila escudriñaba los rostros de las víctimas, su calma, sus alegres cánticos mientras iban siendo conducidos a la arena; yo sólo deseaba poder estar ahí junto a ellos. Mirándolos logré descubrir por que habitaba esta tierra y cual era el fin de mi existencia
«Los tres días que Manuel me tuvo en su casa complaciéndose con mi supuesto dolor y humillación fueron el comienzo de la senda que ustedes ya conocen; incluso cuando la policía irrumpió en la casa y mi madre llorando me rescató envuelto en las frazadas -. Ahí tienen la foto salió en los diarios. ¿Ven mi rostro afligido
¿Que mira hacia atrás?. Bueno estaba preocupado de Manuel, sentía sus gritos, sus súplicas de perdón y lamenté aquella atroz interrupción que frustró mi camino hacia la gloria eterna.
Desde ese día mi único propósito fue confrontarme de nuevo con algún pagano que deseara llevarme al martirio.»
¡Ah!, Exclamó el señor de los bigotes rubios y todos levantaron sus párpados, como si hubiese cometido alguna indiscreción. Él más gordo me hizo un ademán para que prosiguiera, tenían miedo de que nuevamente me hundiera en el silencio, como en los últimos seis meses. De lo que ellos nos se percataron fue que cumplía un voto; Ahora les contaría todo hasta el final

– Bueno, después del secuestro, cuando volvía al colegio, al entrar en la sala todos me enterraron las flechas de su curiosidad. El profesor de historia hizo callar las murmuraciones y continuó con su clase. En el recreo todos me preguntaban qué me habían hecho, si dolía mucho. Julio, aquella tarde, me invitó a su casa, cerró su pieza con llave, se sacó el uniforme, pidiendo que ilustrara mi sacrificio.
Acepté, con la condición de que él me ayudara a llegar a él martirio.
– Pero Julio no estaba para ser mártir, soportó los seis alfileres en forma de cruz sobre su pecho, pero cuando con la hoja de afeitar comencé a despellejar su piel y pequeños hilos de sangre se deslizaban por su muslo me rogó que me detuviera. Yo lo calmé, le dije que no se preocupara, que él tendría seguramente otro fin en este mundo y que ya lo descubriría.

Iba a seguir, cuando una polilla se posó sobre la pared blanca de la sala, una segunda se estrelló contra la ventana y una tercera revoloteaba alrededor de la ampolleta. Era la primera plaga, venían a despojarnos de nuestras vestimentas, a traer tanto atuendo inútil.
Parece que mi contemplación se prolongó en una dimensión que ellos no podían comprender, ya que oscurecía y volvían a atar mis extremidades a los fierros de la cama y a aplastar mi pecho contra el somier.
Pero bendito es el sueño que nos permite vivir más allá de las sombras y viajar a los rincones vedados a quienes no supieron discernir. Las polillas volvieron a mí y aquella noche devoraron toda mi carne. Se amontonaron alrededor de mis tobillos, en mis muñecas y en el cuello; provenían de una caverna oscura en medio del espacio. Cuando terminaron su labor contemplé mis huesos sanguinolentos las traidoras no habían engullido mis pies, ni mi sexo, ni mis ojos, lo que predecía que aún debería seguir en el mundo de los hombres.
A mediodía me sentaron nuevamente frente a los cuatro señores y una dama. Ellos hacían girar las cucharas metálicas al interior de sus tazas, para luego levantarlas cuidadosamente hasta sus labios. Esperé que se tranquilizarán, cuando el más gordo insistía en que yo había vuelto a mi período de silencio, mi aire se volvió a transformar en palabras, para negar tan absurdo diagnostico.

-El resto de mi infancia transcurrió en una fecunda soledad; recorría los templos anhelando poseer aquella aura dorada que iluminaba las sienes sé santos y mártires; extendía mi cuerpo sobre las baldosas heladas de las iglesias, esperando que al menos las llagas del calvario brotaran en mis extremidades, don que no se le había negado a Santa Teresa ni a San Francisco.

-Si bien a mis compañeros de juego les divertía rociar animales con parafina y verlos correr ardiendo, se negaban a mis peticiones de ser igualmente bañado por él liquido inflamatorio para permitir que el fuego transformara en carbón esta carcaza que solo anhelaba cumplir su misión.

– Así mientras mis congéneres pasaban sus días midiendo el crecimiento de sus miembros, contando la cantidad de pelos que brotaban de sus poros, advertí que mi vanidad estaba superando mi fe. Debería dar primero pruebas terrenales para lograr el primer lugar en la lista de los destinados al glorioso suplicio.
Para lograr tal mérito asistí a los sacerdotes en el ejercicio del santo sacrificio y en el otorgamiento de los sacramentos. Más de una vez mientras contemplaba arrodillado el ritual de la transformación, recibí pruebas del correcto camino: mi cuerpo se elevaba centímetros del suelo.

– Tal vez había errado, no era el martirio sino la santidad lo que me estaba reservado. Debería revolcarme en las más repugnantes tentaciones para poder comprender el misterio.
Cumplía quince años cuando la primera tentación se encarnó en la transformación de mi confesor. Él, en pleno otorgamiento del sacramento, introdujo sus manos transformadas en lenguas de dragón y aprisionó mi sexo. Yo lo urgí a que mordiera ese apéndice del pecado original para que extrayendo su bilis procediera a mi purificación, rito que cumplió devotamente durante más de diez meses.
-A pesar del exorcismo, las feroces garras de la suciedad y el oprobio, prosiguieron como veneno burbujeante, poseyendo todos los sentidos de mi ser, obligándome a recurrir a acciones que según los escritos habían salvado a varios de mis predecesores. Construí fajas con cadenas y fierros punzantes, que utilizaba bajo mis vestiduras, accionándolas cuando la fiebre trataba de apoderarse de mi mente; Además cubrí mi lecho con ramas de espino. En un primer instante causaron un maravilloso efecto, pero debí suspender la disciplina cuando una infección crónica me acercó al umbral de una posible muerte, hecho fatídico en tales circunstancias para el cumplimiento de mi aspiración.
– Durante los meses que yací inmóvil, nuevamente descubrí lo erróneo de mi actuar. Si aquella vehemencia de la carne era tan poderosa sólo una mano podía guiar tal pasión y por lo tanto debía seguir sus designios, conocer los tortuosos senderos del mal para poder emerger incólume de él-

El recuerdo de lo que a continuación tendría que relatar hizo que mi puño golpeara mi rostro. Los cuatro señores y la dama que me miraban fijamente con sus diez ojos, pusieron en movimiento sus manos. Para detener aquel escalofriante ruido de las lapiceras rasguñando los cuadernos, alcé mi voz y proseguí mi historia.
-Señores fui una Magdalena, única manera de continuar por la senda de mi pasión. Así frecuenté bares nocturnos, cavernas ubicadas en sótanos oscuros alumbrados por los pálidos focos, que hacían resaltar la blancura de los cuerpos femeninos adosados a barra cromadas. Consciente de mi misión me dejé llevar a recónditos lugares, aceptando que el jugo de sus entrañas empapara mis labios, poseyéndolas con la desesperación que roía mi cuerpo. Fue la Mery después de haber ingerido tequilas, piscos y otros, que me dijo: «Cabrito, tú tenis cualidades, ¿No te gustaría hacerte unos pesos? Su proposición me produjo una gran alegría, ya que recibiría monedas a cambio del ultraje de mi cuerpo. Esto me aproximaba un peldaño más a las siniestras profundidades del mal; Pero la monotonía del acto y sus reiteradas poses habían dejado ya de cumplir su primer propósito.
-Gracias a la Mery pude cumplir cabalmente mi misión, desperdigando mi mal en mujeres de edad avanzada, que exigían cada vez fantasías mayores.
Cada cumplimiento y cita eran para mí un rito: desnudaba mi cuerpo, dejaba que lo untaran con alcohol, que varias lenguas lo recorrieran. En ocasiones debí recibir sus orinas sobre mi rostro o realizar la promesa satánica del beso negro. No satisfecho en la degradación, recorría las calles de madrugada, esperanzado con encuentros que me iniciaran en actos inimaginables; cualquier invitación era bienvenida. Durante meses proliferaron mis contactos nocturnos, tratando de llegar frente a los ojos del mismo demonio. Acepté todo tipo de drogas acelerantes, excitantes, alucinógenos. Compartí noches con empleadas, gerentes, obreros, delincuentes, mendigos, jueces, niños vagos. Recibía insultos o golpes de hebilla, otras yo las profería. Me aplastaban masas de carne que se hundían en mi ser o entregaba mi apéndice para que fuese pasto de las mismas repetidas obsesiones.

-Cuando nuevamente la angustia y la desesperación comenzaron a invadirme, ya convencido de que no cumplía mas que una simple y banal actividad, conviviendo con tantos otros que realizaban las mismas acciones, me invadió el pesar de no estar en un mundo prohibido o castigado; Merodeaba en un peldaño medio, compartido. Deduje el camino de la santidad no podía por miles. Deduje el camino de la Santidad no podía encontrarse en medio de un hormiguero. Cuando estaba en estas terribles cavilaciones cumplía ya dieciocho años y la fortuna hizo que fuese alistado para cumplir con mi deber en las fuerzas militares.
– Ustedes saben que tanto San Ignacio, San Sebastián como San Pablo, habían ya pasado de ser soldados del miedo a soldados de Dios. Comprenderán la tranquilidad que envolvió mi, mente el día en que fui envestido con el uniforme gris. Me había transformado en un romano y me entregué entero para ser uno de los mejores.
– Un soldado listo a hendir la espada donde mi voto de obediencia me obligará, consciente de que volvería el quinto mandamiento y segaría vidas contrariando la potestad de Dios.
– Durante los primeros meses di muestras de una solidez y una disciplina tales que finalmente fui llamado para participar en acciones que mi alma repugnaba, pero a las que la santidad me obligaba. Yo que había vivido mi primera etapa para amar a mi prójimo y entregarme a sus sufrimientos, ahora usaba la culata de mi arma para dislocar mandíbulas, quebrara miembros, hacer estallar dientes, desfigurando todo aquello que pudiera indicar la posesión de un alma. Desde mis primeras acciones comprendí lo doloroso de este sacrificio y aunque hubiera tenido que clavarle la lanza al mismo rey de los judíos, mi mano ennegrecida por tan siniestra prueba, acataría la ejecución.
-Comprendí muy bien que era parte del ejercito de Luzbel, sabía que en cada hombre estaba Cristo; sin embargo, debía participar en su destrucción.
El cambio repentino en el señor de la barba, las toses de la dama y el movimiento de las sillas de los otros, hicieron que yo me levantara para asegurarles que actuaba guiado por mi conciencia y mis conocimientos: estos me indicaban que una señal detendría mi mano de la misma manera que detuvo la espada de San Pablo. Confiado enfrentaba las más detestables acciones, mirando tan sólo al cielo, esperando que una luz resplandeciente detuviera el rumbo de mi actuar. Consentí en que el suplicio sería largo, las aureolas no serían tan fácilmente depositadas sobre mi frente; recibí medallas paganas al valor y ya en mi segundo año pude realizar lo que tanto esperaba.
– Terminaba el cuarto rosario en mi cuadra y todos dormían agobiados por los ejercicios de la jornada. Iba en el primer padre nuestro cuando apareció entre las cuentas el casco brillante de mi capitán. Me dio; Soldado has sido escogido para una misión donde mostrarás tu lealtad, manteniendo el silencio del honor.
Él era un verdadero arcángel, con su pelo rubio, su tez albina, sus botas siempre brillantes. Iban seis en la parte posterior del camión, las palpitaciones de sus corazones se escuchaban en medio del silencio de asquea noche, de calles desiertas, tan sólo los volúmenes grises de los edificios, los faroles erguidos en las veredas vigilaban nuestro desplazamiento.
– La lona golpeaba contra las barras del camión y aquel ruido era un batir de alas de murciélagos. Los portones de una casona se abrieron y al descender mis botas se hundieron en un fango negruzco. Ahí me di cuenta que había llegado al centro de las tinieblas. Los faros gigantescos del camión poseían largas pestañas y de las siluetas que se movían apresuradamente a nuestro alrededor emergían jorobas deformes.

Sentí como mis uñas se transformaban en garras de jote y no me atrevía a abrir los ojos, pensando que una lengua bifurcada secaría el sudor de mi frente. Sin embargo, en mi interior, resguardado por un granito indestructible, permanecía aún el pequeño halo de mi alma.
-Eran seis los mártires que arrastraron sobre la arena, hablándoles en lenguas incomprensibles los obligaban a arrodillarse, quedaron frente a los focos malditos, encandilados por aquella luz poderosa.
– La única mujer, con su cabellera rasurada, murmuraba conjuros celestiales. Todo su cuerpo era rodeado por un aura mágica. Nosotros, como un muro de piedra negra, nos alineamos frente a ellos. Y yo, frente a la Santa. Ahora tendría que manifestarse la señal, el rayo que fulminaría este centro viviente del infierno. Cuando mi ojo ya estaba sobre la mira del fusil, centrándome sobre el pecho de aquella mártir La envidia corroyó mis pensamientos.
-En ese inmortal instante, gracias a mí, ella estaba en las puertas del martirio, ya había sido coronada. Sus pupilas inmóviles en el infinito, contemplaban el coro de ángeles celestiales que venía a recibirla. Gabriel le traía un manto púrpura y los santos abrían una senda por entre las nubes. No faltaba un segundo para que fuese a sentarse a la diestra de Dios padre.
-El eco de los disparos retumbó en la oscuridad y una brisa aromática inundó nuestros sentidos. Ella permanecía reclinada, respirando, escuchando las trompetas doradas, soportando el plomo ardiente que había destrozado su interior. Y como si hubiera estado escrito fui yo el ordenado a ultimarla. Llegué hasta ella enceguecido por su resplandor, impulsado por un enjambre de demonios que controlaban mi cuerpo. El brillo opaco de mi bayoneta se detuvo entre sus dos costillas y violando mi juramento, suspire: «bendita tú eres entre todas las mujeres» y clavé mi espada. En un gesto incontrolable me retiré corriendo y ella quedó ahí como la mejor de las estampas, estirada sobre un montículo de tierra, con sus labios abiertos, atravesada por ese instrumento fatal, pero envuelta en la aureola que me estaba destinada. Unos golpes sobre mi mejilla y los ojos furibundos de mi arcángel, quien me entregaba mi fusil, pusieron fin a tal episodio. Los días que siguieron fueron de constricción: me hallara tiritando lustrando mis botas, no deje de murmurar las santas palabras.
Los cuatro señores y la dama habían dejado de escribir y me observaban atónitos. El señor de la barba se levantó y mientras los otros lo miraban dirigirse hacia la ventana, proseguí.

«Así antes de cumplir los dos años de servicio me encontré nuevamente solitario en mi cuarto, recibiendo los alimentos de mano de mi quejumbrosa madre.

Estaba listo para iniciar una nueva senda: un candado sobre mi cinturón y un rosario en una cartuchera eran mis nuevas armas. Con ellas frecuenté a los más desposeídos, llegaba cuando ya se ponía el sol a los lugares más lúgubres de la pobreza me incorporaba a los grupos de jóvenes que se reunían en las esquinas inyectándose alcohol, aspirando productos químicos. Tal como el Señor se vistió de mendigo, yo me vestí como ellos, dejé crecer mi cabellera, rasgué mis pantalones y utilicé sus vocablos llevando siempre la santa palabra. Fui aceptado y reconocido.
Los milagros que se me adjudican, si posteriormente ocurrieron, no son obras mías, sino del más allá.
Ahora ustedes me prohiben la lectura del Santo Libro y me atan al lugar del descanso, sepan que nada de eso me preocupa ni me lastima, ya que son los sacrificios de la santidad.

Había terminado de contarles, y ellos profiriendo palabras que no puede comprender, cayeron arrodillados frente a la llama del Espíritu Santo que flotaba sobre mi sien.

La Confesión

El Ginecólogo de La Legua

No puedo dejar de comentarle que esta situación me pone un poquitito nervioso, a pesar de ser católico, desde la primera comunión que no acostumbro a andar ventilando las pequeñas tonteras que a uno se le ocurren, como todo al mundo seguramente, pero que no vamos a andar contando a tontas y locas, sino que gracia tendrían las travesuras ¿No? ?.Perdón le molesta mi aliento, no, no sé de vuelta trataré de hablar así más de lado, me escucha. Se nota que usted es una persona sensible Hmnnn que olor. Estoy seguro que su hedor fue lo que me atrajo. Está realmente exquisito, hoy en día, Ud. sabe no es habitual que la gente ande bañada y menos perfumada… Esto me da la seguridad de que usted sabrá guardar silencio. En realidad. ( Tose) esta tos me tiene loco, una bronquitis. El smog. (Tose) no se preocupe no es viral. Ud. vive acá. ¿O no? El smog me hace pésimo… Dígame (Tose) No, no me mire, sino no me atrevo, ¿Puedo tocarle el hombro?..Me da un poquito más de confianza, así me hago la idea de que ya nos conocemos que incluso Ud. es esa persona a quien le quise confiar. Pero lamentablemente ya no está… He mentido y he mentido de manera tan terrible. Que mis mentiras han ido creando realidades entiende ficciones que se vuelven hechos. ¡De que realidad virtual me hablan! Alpargatas. Yo les creo un mundo. De dolor y recuerdo. Hoy usted me da una oportunidad de desahogo, me hará tan bien me permitirá caminar tranquilo por decir lo menos. Y usted sentirá haber realizado una acción humanitaria, positiva y eso es tan reconfortante.. Yo soy Doctor, apuesto que Ud. ya adivino si nos reconocen a la legua. Ginecólogo, raro fíjese que mis manos están siempre húmedas, curioso. . No, no crea que voy a venir con el cuento de que me excito y ando con culpa y todo lo demás. Eso es muy obvio. Además yo soy un profesional.

Atiendo de todo, les conozco sus mucosas al revés y al derecho, me doy cuenta de quien la está pasando bien y quién no.. En realidad, una vez que entran se decide un mundo. Pero cuando son chicas, patulecas, morenas, tirando a negra con sus sonrisas complacientes de dientes amarillos, con rollos grasosos bajo el seno. Ahí.. Realmente no las soporto. Llegan temprano, luego tienen que ir al trabajo, temerosas con su vientre inflado, tratando de ser simpáticas, modulando. Ud. sabe..
«Con tal quer niño me sarga sanito dotor,» Y una colonia barata… no le digo. Las uñas, oiga, atroces entre negras y violetas, con la piel llena de machucones. Y luego ponen esa cara de orgullo barato, preguntando «va a ser hombrecito dotor»… No entienden nada de lo que se les dice.. luego repiten…
Y ahí siento que cumplo un deber, descubro cual es mi labor en la tierra en esta cadena de perfección humana. Imagínese Ud. que todos esos fetos generaran mas hombres y mujeres gordas, morenas de dientes amarillos y coeficiente intelectual limitado, quienes luego votaran por otros hombres mal vestidos, morenos, hediondos, y de bajo coeficiente intelectual. Y ahí me reafirmo y sé que no fue el azar que me hizo ginecólogo…

Las miro tiernamente, hago salir la enfermera, las tomo de las manos, juego con sus nudillos y las miro como un sacerdote, y ahí en voz suave les digo. El niñito viene mal, no se les ha formado las piernecitas, y la faringe esta corrida, esto significa señora, que no trae boca. Y lloró con ellas.
Las consuelo, que son jóvenes que habrá otra oportunidad, las adormezco procedo al aborto terapéutico y les amarró las trompas.
A veces quieren enterrarlos, el cuento este del angelito, les digo que ya fueron incinerados. Y que eran pura materia no llegaron a tener alma. A veces dicen que escucharon sus llantos, yo digo. Si, ruidos estertores agónicos del deforme.nos abrazamos y dejamos el futuro en manos del señor.

Esto solo lo hago los Martes y los Viernes dentro del programa del colegio médico en su plan de ayuda a gente en situación de extrema pobreza

Pero hoy tuve un pequeño malestar dudé sobre mí accionar, por eso me acerqué a usted, sentí que me entendería incluso siento que Ud. agradece en forma silenciosa mi labor, ahora me siento tan bien no se como agradecerle. Si solamente gente como usted debería tener hijos…

Descargas Libres

En este sitio podrás descargar obras, ensayos y libros completamente gratis.