FESTIVALES DE TEATRO ¿PARA QUÉ?

Desde la ironía podriamos decir que un festival es para entretenernos y para criticarlo.

Desde la espiritualidad será para la union fraterna de la familia escénica, el encuentro, la comunicación y el dialogo entre los creadores.

Desde la política institucional para posicionar a un alcalde, un gobernador, una ciudad, un estado. Y desde la metafísica para señalar que existimos.

Desde su concepto Festivalis, es para hacer una gran fiesta. Heme aquí con la pregunta respondida.

Debo reconocer que es una pregunta si no curiosa, difícil, dada la obviedad de su respuesta. Y también dado que a uno le es difícil asumir su propia obviedad. Busco desentrañar el misterio de esta pregunta. ¿Festival para qué? ¿Para Quiénes?… Para los presentes, para los ausentes.

Y aunque mire las estrellas solo me confundo, ya que hay una multiplicidad de cruces que esta pregunta representa. Tanto políticas artísticas como económicas por no profundizar en las emotivas, esta última es la que felizmente más nos convoca a los creadores escenicos: Los factores emotivos; lease pasiones – deseos- frustraciones – aspiraciones que generan los festivales, como las fiestas.

 Dada la enorme diversidad de esta pregunta indagaré por varias de sus múltiples aristas.

Primero hay que contextualizar el lugar donde nos situamos para hablar y percibir un festival. Desde un grupo escénico participante, desde los espectadores, desde ciudadanos que no saben de sus existencia, desde los no invitados, desde sus gestores, desde los directores, desde los dramaturgos, desde la investigación, desde las caracteristicas político artísticas de este encuentro.

La indagación es “ancha y ajena” , lo que amerita sin duda generar una corriente investigativa, antropológica. La de la festivalogía, de ahí que estas palabras en ponencia no pueden ser más que una suma de reflexiones que no podran abarcar todas las aristas de esta nueva ciencia. Y de la pregunta que surge de ella y que se nos ha planteado responder, quién sabe con que ocultos fines. Deberíamos reunirnos en cónclave en alguna capilla de Santa Cruz, antes de dar una respuesta inadecuada a los organizadores de la fiesta.

No hay nada más fascinante, inicialmente para un montaje, para su director y actores, el participar en festivales, sobre todo internacionales.

Nos remite al viaje y nos hace sentir un instante como una legendaria compañía de cómicos que recorren parajes con su obra, con sus aventuras. Que hoy se limitan a esperas en aeropuertos y pasesos por los duty free. No porque interese lo que tengan sino para ver lo que aún persiste. Así viajar con la obra, mostrarla a otros es una aspiración que desata energías y expectativas y le vuelve a dar una razon de ser a nuestro oficio.

Nos hace creer que nos posicionamos dentro de las redes internacionales del metáfisico poder artístico.

Pero las fiestas no se dan en lugares neutros, sino en casas, que están en ciertos barrios, en un cierto marco temporal, con ciertos dueños. De ahí que en la festivalogía no podemos olvidar este componte geopolítico, ni el particular espíritu de época en el cual sucede.

Así en tiempos de dictadura, mi grupo, el “Teatro fin de Siglo” organizaba fiestas artísticas, bienales, encuentros cuyo fin era el de generar una resistencia cultural. Ser voz en medio de la represión, darnos espacios de contestación, como lugares de desarrollo artístico. Ahí el fin era señalar, que el arte como reflejo del imaginario de un país y de la especie tiene un pensamiento crítico y autónomo y una voz disidente al del poder.( Es lo que se desea)

De ahí que el “¿Para qué? de un festival se define según su contexto, la condición artística, ecónomica de este y el espíritu de época en el cual se gesta.

Hay Festivales de teatro que solo tienen por objeto mostrar que un país, comuna, institucion o empresa realiza un acto cultural. Hay festivales de universidades, de agrupaciones, de difusion y mercado. Como el promovido por la Comunidad Europea. de su dramaturgia contemporánea cuyo objetivo, travestido en encuentro, es posicionar sus autores contemporáneos dentro de un país o continente, es decir, exportar su cultura para mantener su presencia, ya no tan hegemónica…

No hago ningun juicio con respecto a lo anterior, cada cual ve como se promueve o difunde y de dónde obtiene los medios para hacerlo.

Sólo constato que un festival es reflejo de una gestión y esa gestión no es neutra.

Por ende un Festival es incapaz de abarcar o responder a nuestros deseos como una fiesta, de ahí quedan expuestos a la crítica y la desaprensión de unos y otros… pero como toda fiesta, nos aleja de lo cotidiano.

Cada uno de nosotros puede tener en su imaginario el festival ideal, el que más corresponde a sus deseos o aspiraciones artísticas.

De ahí que los para-qué-sirven-los-festivales nunca podrán abarcar los para-todo lo que debieran servir, para todo lo que no sirven,

Podríamos partir del conformismo, con el que ya existan es un primer paso. La imposibilidad del arte escénico de multiplicarse como el cine, hace de estos la única instancia donde ver lo del otro al mismo tiempo en un mismo lugar. (cuestión que igual podemos realizar a traves internet)

Percibir otras experiencias escénicas, qué referentes o autorías de lenguajes coexisten. La necesidad de saber de qué habla el otro y cómo esta construyendo su ficción teatral. Deseos frustrados en general.

Está claro, que tal como en una fiesta los invitados estan pre-seleccionados, reflejan el mirar de quienes realizan su gestión y tambien de los recusrsos económicos que disponen para presentar ciertos espectáculos.

Se ha instaurado el formato de obras para festivales. Donde la primicia en su producción parte de la base de realizar una obra que esté siempre disponible, movible, trasnportable e invitable por ende, existente y de un alcance económico para quienes deben sujetarse a presupuestos más exiguos. Lo que limita al festival escénico como lugar donde se puedan reflejar las virtudes de nuestro lenguaje artístico, aplicado en diseños escenográficos u instalaciones escénicas, etc. etc, no siendo aptas creaciones que recurren a todos los códigos de la escena, tanto por su bagaje, como número de participantes.

En los Festivales europeos donde el problema de la gran producción no era un impedimento, pero si el idioma, también hubo una corriente de obras para festivales de carácter espectacular, entendibles para públicos germanos y portugueses. A su vez también existen Festivales centrados en el teatro de mercado. Así surgen tantos géneros de festivales, como fiestas que podamos pensar.

Así toda curatoría como llaman los artistas visuales tiene que ver con una visión De lo que se considera relevante, esa visión artístico política.

Y ese siempre será el derecho del dueño de la fiesta, o de quien invita.

Lo que no deja sin embargo de manifestar una constancia que los gestores de las fiestas o de los festivales escénicos se entronizan en este poder, lo que genera la permanencia a perpetuo de ciertas miradas y amistades artísticas.

Los festivales sirven y servirían má,s si en nuestro continente existiera una gama de festivales que recogiera las diversas escrituras, montajes y percepciones de nuestro imaginario, que sean públicos, autonomos, y  no  de privados.

Festivales que en suma sean centros de la creación y de lo que respira un continente y que ese respiro no se ahogue dentro de nuestras fronteras y nos permita difundir y divulgar nuestro pensamiento. Para que no se esfume en el olvido, o sea absorbido por aquellos que tienen más medios de difusión, por ende, de poder.

Festivales que sirvan para ser centros de resistencia y de expresión de sensaciones, ideas y conceptos, expresadas a través del arte escénico. Festivales como anticuerpos a la globalización, a la cultura de mercado. Fiestas de Patrimonio y creación contemporanea y emergente. Que revaliden el arte como expresión del alma, de su fuerza, de su no cotidianeidad doméstica.

Un Festival se potencia si sirve para reafirmar y difundir nuestros discursos artisticos que no son más que visiones politicas, metafísicas de nuestra existencia.

Ya no hay libertad de expresión del arte escénico sin su difusión.

Sabemos de la existencia del otro sólo por que éste tiene capacidad de manifestar su presencia. Y sabemos que la presencia de un continente y de un territorio esta ligado a esto,  cuestión que tienen claro los países del centro que, bien por ellos, instauran centros de difusión a traves de sus institutos culturales o emisarios artísticos más preocupados de bañarse en nuestras playas, esquiar en nuestras montañas y fotografiar nuestras etnias, que de percibir la creación existente.

Un festival es así la reunion de quehaceres y discursos, lugar de una política cultural. de entender el arte como la cultura del mañana. Pero si esta no tiene medios de difusión su avance es lento y se esfuma como el patrimonio de nuestras artes escénicas de los siglos anteriores.

Un festival marca un tiempo único. Es irrepitible, pero genera un eco.

La representación esta directmente ligada a nuestro espíritu de época y al tiempo que nos toca vivir. Que es el mismo tiempo de los espectadores que asisten a esta.

Vivimos y morimos con nuestro tiempo y con nuestros espectadores. Por eso mismo un festival de arte escénico siempre debe ser una instancia donde queramos plasmar nuestras irrepetibles representaciones, instaurar una presencia que no es la nuestra, ya que sólo somos portavoces o artifices de las otras dimensiones de una especie. De un territorio, país, continente y planeta.

Y un festival sirve para reunir a estos artifices.

Santa Cruz-Bolivia 2005

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