ENTREVISTA A RAMON GRIFFERO, JURADO DE TEATRO DE LA 48 EDICIÓN DEL PREMIO CASA DE LAS AMÉRICAS

por Susana Rojas – El Periodista – Octubre 2007

Entrevista al dramaturgo chileno Ramón Griffero, quien acaba de estrenar Fin del Eclipse. Esta obra está publicada en el número 144 de Conjunto, que será presentada el próximo jueves en la Casa de las Américas

Acaba de estrenar El Fin del Eclipse, su última pieza teatral después de cinco años de ausencia con una obra inédita. En ella, vuelve a sorprender por su capacidad de generar fisuras en el tiempo dramático mientras recurre a una variedad de recursos para hablar de aquello que conoce al dedillo: el teatro.

Desde su oficina en la Escuela de Arte de la ARCIS, recibe a El Periodista para hablar de su nuevo montaje pero sin dejar escapar la oportunidad, expresa su profunda crítica a la comunicación, el arte en Chile y a las políticas culturales aplicadas a medias, según dice, por los gobiernos de la Concertación.

Es uno de los pocos dramaturgos nacionales que conoce de primera fuente la evolución del teatro chileno en estos últimos 40 años. Eso, porque pertenece a esa generación de artistas que comenzaron en esto de las tablas mucho antes que se transformaran en vitrina de la televisión. Él integra esa elite que aún concibe al arte dramático como un vehículo capaz de traspasar conceptos e instalar en el imaginario colectivo de una sociedad, sueños, interrogantes y hasta ideales.

Griffero es un rupturista. Ha sido catalogado como tal por su profundización en la teoría del espacio y por la paleta temática que evidencia una y otra vez en sus obras. Hoy, con texto y montaje recién estrenados en el teatro de la UC, Griffero sorprende y repleta con una pieza desbordante y novedosa que habla de aquello que conoce y le apasiona: el teatro.

¿Sigue entendiendo el teatro cómo un instrumento ideológico?

—Creo que sí. El teatro sigue siendo, como todo arte, un lugar de resistencia frente a lo institucional, porque tiene otras visiones de la actualidad. Sobre todo ahora, que la política no es el lugar de los sueños del hombre del siglo XX. Ese espacio, hoy lo tiene el arte, y en él se generan las ficciones para la realidad. En un momento fue la política la que entregó esta ficción, y por eso estaba tan ligada al arte, actualmente no.

¿Existe una retroalimentación entre arte y política?

—El vacío que dejó la política en el espacio de utopía lo va llenando el arte. Por eso, en Chile hay 23 escuelas de teatro universitarias. No es porque el país haya crecido 23 veces, sino por una necesidad de las nuevas generaciones por un espacio de libertad para expresarse y manifestarse, y eso lo encuentran en el arte.

Con su experiencia en la dramaturgia y gracias al balance histórico que puede hacer de ella ¿sobre qué habla el teatro hoy?

—Desde mi escritura durante los tiempos de dictadura, el teatro fue siempre disidente. Hoy, existe una intención de hablar en contra de la cultura de mercado. Me refiero a toda la farandulización del país que es producto de esta cultura. Siempre se dice que la política económica de Pinochet fue su legado, pero más importante que eso es lo grave que fue su política cultural, la que siguió instaurándose. Todos los rostros de la televisión chilena son herederos de la dictadura.

“El arte hoy es el centro del espíritu del país y de la especie. El resto, lo mediático, queda al margen, es marginal. La política de mercado no puede hablar ni de la muerte ni del universo. El consumismo se basa en que no vamos a morir. Entonces, el arte se conecta con la construcción del espíritu de un país, y en época de globalización funciona como un anticuerpo. Esto se vincula con los medios de comunicación, porque, como siempre he dicho, no hay libre expresión sin difusión. La gente no puede acceder a un libro, por ejemplo, si no sabe que existe, lo que se transforma en una quimera de la libertad de expresión. Esto es mucho más grave para los grupos emergentes, que cuando quieren lanzar sus primeras obras, les preguntan qué rostros tienen, es decir, alguien conocido para el mercado.”

El teatro ha evolucionado en la calidad de recursos, de interpretaciones, de puestas en escenas, ¿pero en el sentido histórico?

—El teatro chileno está en un excelente momento. Está dentro de las mejores escrituras y creaciones del teatro occidental. Hay una escritura dramática enorme. En diez años se han estrenado diez mil textos. Es decir, hay gente escribiendo. Si pensamos que durante la dictadura fuimos sólo tres dramaturgos, en 17 años, es una producción muy fértil. Vemos muchos jóvenes con ganas de escribir, con el ímpetu de sus inicios e con intenciones. Además, que existan tantas escuelas de teatro es reflejo de una consolidación del arte, que además evidencia que ya no se hace una fotocopia de lo que sucede en las capitales europeas, sino que se nutre de su propio centro.

Este concepto de mirarse a sí mismo en el teatro, ¿es tendencia mundial, de América Latina o es exclusivo de Chile?

—Hay lugares en donde está muy fuerte. Pero en Chile se ha dado un movimiento más gigantesco. La gente no puede creer la cantidad de escuelas y dramaturgos que emergen en este momento. También sabemos que existe mucho público interesado, pero lamentablemente la poca difusión no favorece. Por ejemplo, cuando se promociona el «Teatro a mil», se desbordan las salas. Lo mismo pasa con las exposiciones en museos. Pero, ¿a cuál programa de la televisión chilena puede ir un artista audiovisual o un coreógrafo a promocionar su obra? A ninguno. Y eso es reflejo de un grave problema.

¿Falta interés mediático?

—Por supuesto. Falta un orgullo por las creaciones del país. Argentina, Brasil, Venezuela, entienden que el arte de su país es el espíritu de su nación y la cultura del mañana. Nosotros estamos en un nivel bajo, porque a la cultura y al arte los contaminó el auge de la cultura de mercado y el neoliberalismo. El mercado puede existir, pero no debe predominar.

¿Qué daño concreto puede traer este olvido hacia el teatro?

—Si hablamos de que el arte de hoy es la cultura del mañana, y pensamos que el arte actual es la farándula, nuestra cultura será siempre la farándula. Se genera entonces, una cultura y una política farandulizada.

¿Qué público pierden cuando los medios de difusión no crean el puente entre los consumidores y los creadores artísticos?

—Un público de clase media. Antiguamente, esta clase se nutría y era reconocida internacionalmente por su crecimiento cultural. La gente iba a ver obras de teatro, estaba en contacto con repertorios. Hoy, le negamos ese contacto cultural a la clase media y su crecimiento se basa en términos económicos, no culturales.

¿Y no se interesa en consumir cultura?

—Se interesa cuando quiere la cultura de mercado y el conocimiento que tiene los demás. Cuando le llega información, consume, pero es difícil porque el autor tiene que hacer su propia difusión, y eso significa más que un afiche y un flayer. Se necesitan avisos en los diarios, en la televisión, en las radios, y no todos tienen acceso a esto.

Cuando los dramaturgos escriben una pieza teatral, ¿lo hacen con un fin social o tiene que ver con la mirada de cada autor?

—Tiene que ver con la mirada propia, pero ningún autor es marciano. Todos somos parte del imaginario. Cuando un autor joven me pregunta qué escribir, le digo que escriba de su familia, porque ella es el reflejo no sólo de las familias chilenas sino de todas las del planeta. Todas están construidas por papá, mamá e hijo, incluso el imaginario religioso. El teatro es un espacio subjetivo, pero a la vez, hace registro de su época. En Chile en 1912 existían más de 500 obras que recuerdan la dramaturgia clásica.

¿Por qué como sociedad no valoramos esta tradición teatral?

—Creo que se refleja en lo que se hace hoy. Es una herencia. Las primeras obras de teatro, escritas por Fray Camilo Henríquez o Juan Egaña, durante La Independencia, eran una de las terceras del mundo, con más de 70 autores. Actualmente, somos un país que no valoriza los cimientos sobre los cuales está y los reconstruye cada vez. Transmitir estos valores es labor de las escuelas y universidades, donde hay interés de las nuevas generaciones.

¿Qué pasa con las políticas culturales de los estamentos del Estado?

—Creo que la ley de Consejo Nacional de la Cultura es una buena ley en el papel. Obliga a difundir y crear espacios, pero en lo concreto, no hay acciones. Ricardo Lagos en su campaña, dijo que la cultura era el eje del desarrollo. Si es el eje del desarrollo no se le puede dar 50 millones de dólares anuales para que crezca. El plan Auge, la reforma educacional, la reforma penal, manejan cifras gigantescas. No se puede pedir un desarrollo de las políticas culturales si no hay una entrega real de fondos. Chile tiene dos soberanías, una territorial y otra cultural. Para la primera se otorgan miles y miles de millones de dólares para su defensa. Pero, para la cultural, que todos los países con tradición saben que tienen que defender, no es lo mismo.

Además de la falta de fondos, ¿hay falta de voluntad?

—La ausencia de fondos significa una no voluntad. Está bien otorgar fondos concursables para promover la creación, pero no hay una política cultural para construir teatros en regiones. Y no me refiero a un edificio de teatros, sino a un centro de creación donde se genere una producción artística. Nuestro único Teatro Nacional es el Municipal, y sigue en manos de alguien elegido por la dictadura. Después de veinte años de democracia, yo y muchos otros creadores, no tenemos espacio en nuestro principal escenario escénico del país.

EL ECLIPSE

¿De qué habla El fin del Eclipse después de cinco años de no presentar algo inédito?

—Eclipse habla de la necesidad de construir sueños. En la obra se sueñan escenas a sí mismas. En 1880 alguien dispara al cielo para herir a Dios. Ese disparo lo ven los marines, desde el US Missouri, pensando que es la bengala que anuncia la invasión a Irak. Los marines hacen explotar a una mujer kamikaze en Bagdad. Esta explosión es en realidad el sueño de un chileno que está en Varadero con insolación. Hay un recorrido que va en la capacidad de ficción del hombre y la necesidad de la obra de hablar de nuestras emociones.
“Puede ser una obra neo-romántica, que habla de lo espiritual, de centrarse en lo eterno del hombre. Esas cosas fundamentales no están en lo cotidiano y la única forma de verlo, es en los espacios artísticos. En eclipse, las emociones mudas adquieren palabras. La obra muestra cómo construimos la ficción con un hombre que va renegando de cada escena, pidiendo una cada vez mejor. La muerte también está presente, ya que al ser ficción, los personajes que mueren vuelven a aparecer en otra escena, pasando por varias temáticas de amor, de guerra. Además, cita a otras obras históricas, contemporáneas, clásicas.”

¿Instala la realidad en la ficción o la ficción en la realidad?

—Es multidimensional. Nuestras ficciones nacen de nuestras vivencias, por lo tanto son parte de la realidad. Además, las ficciones crean realidades, entregan saber.

¿Hay una retroalimentación?

—Claro. Por eso digo que el arte de hoy es la cultura del mañana.

¿Es posible concebir una sin la otra?

—Creo que es algo atávico. Las expresiones del hombre están en todas las áreas. Sin embargo, hay quienes contribuyen con creaciones a estas expresiones.

¿Cómo ha sido la construcción de la obra y los personajes?

—En la obra los autores tienen el desafío de ir traspasando diferentes espacios y personajes. En cada período histórico, las emociones son diferentes y el texto debe hablar también diferente. Todo esto ha sido un gran desafío.

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