Me es necesario considerar algunas reflexiones sobre los efectos de la globalización y el teatro de mercado que comienzan a manifestar una fuerte presencia en nuestro accionar escénico, generando una corriente por ende una actitud y pensamiento sui generis frente a la actividad teatral.
En un instante, a fines del milenio anterior y como miembro de una comisión de cultura presidencial, el gran argumento para convencer, sobre la urgencia de un apoyo del estado a las artes y la cultura, se centraba en la necesidad de tener una política (acción) cultural frente al nuevo contexto de la actividad artística en relación al fenómeno de la globalización.
Que, si bien se preconiza como una gran oportunidad de inserción planetaria, desde nuestra realidad, mas bien nos convertimos tan solo en receptores de la cultura global, al no disponer de mecanismos o capacidad institucional que permita que nuestras manifestaciones culturales sé globalicen en los mismos términos de equidad.
Constatamos que las relaciones globales en términos equitativos, es una quimera, ya que no somos potencia, en este contexto al menos deberían surgir mecanismos de resguardo y de defensa de la cultura el arte y el patrimonio, frente a la arremetida de manifestaciones “culturales” centradas en el lucro,
Frente a esta situación, el estado debe asumir un rol de defensa de la identidad de su territorio, e instaurarse como el guardián de las manifestaciones de su tribu, frente a la invasión de productos culturales de una “industria neoliberal” que posee, infraestructura y una maquinaria comunicacional, sumado al apoyo que le otorgan los medios.
De ahí que una participación del estado en la generación y difusión de nuestro patrimonio y creaciones actuales, no es el resabio de un discurso cultural estatista de los setenta, como se desea denostar, cuando se defiende e instaura una privatización de la cultura disfrazada bajo el lema de una modernización del estado.
Algunos contra argumentaran, que son las audiencias las que deben sustentar, su consumo cultural.
Si él público respalda (el mercado) la empresa privada también manifestará un interés por la cultura y generará inversiones en esta área.
Esta posición no contempla, que la empresa por lógica apoyará solo una creación de mercado, complaciente y afín a sus intereses. Condicionando a su vez a los creadores, quienes, para obtener su apoyo, deberán gestar proyectos de la misma índole, sin considerar que no es el rol de la empresa transformarse en aval, ni jurado de las manifestaciones culturales de un país.
Hay que señalar que la cultura globalizada, es acrítica – a histórica- y reiterativa, centrada en un modelo mediocre, cuyo fin no es indagar en el saber o la construcción de otras perspectivas de la realidad.
La cultura de mercado se estructura a partir de una estrategia de marketing, que hace creer al espectador, que está participando de una creación única original e importante.
Entendiendo que el motor de la globalización, no es más que ampliar los mercados para productos, que no tienen mayor amplitud de consumo en los países de origen. (limitación de la población de un país).
Hay que subrayar que la industria cultural de la globalización, es en sí una amenaza para la identidad y memoria de las naciones, como para la subsistencia de un desarrollo artístico autónomo, dado que a partir de sus potencialidades mediáticas y de difusión, invade y aliena al público distanciándolo de las formas culturales inherentes a su territorio.
El espectáculo de mercado, viene con un apoyo de difusión. inalcanzable para los creadoras/es autónomos.
Así una audiencia generada por una historia cultural, es absorbida por quienes abordan esta expresión únicamente como un recuento de asistencia.
Hoy podemos entender, como el teatro alemán –francés- español, mantienen su presencia, a través de teatros nacionales públicos, con elencos estables y curatorias adscritas a políticas culturales que sustentan, y consolidan su tradición escénica, como las emergentes.
Un lugar común, en pos de enaltecer estas producciones, es que el teatro de mercado entretiene, y el artístico es denso e incomprensible, desvalorizando las grandes obras, que permanecen en nuestra memoria y han generado las más grandes satisfacciones, aquella que remueve nuestros espíritus.
Es obvio que el deseo de todo creador es tener un receptor. y vivir de su oficio.
La gran diferencia está en el proceso de creación, el teatro de mercado reproduce puestas, o genera montajes con el fin de responder a las expectativas de un consumidor, tiene un nivel básico de lenguaje escénico, selecciona de otros mercados productos ya probados, que transforma en reproducciones básicas en relación a su original, no genera por ende autorías ni suma a la construcción de la memoria de su entorno.
Otra constancia es, que uno convoca al publico por su impacto artístico cultural, el otro por un impacto de marketing.
La globalización es un hecho, los montajes de mercado continuaran y tienen todo su derecho a existir, pero es necesario acusar los vaivenes y tendencias que emergen.
Hay que señalar: que la presencia del arte escénico, su continuidad histórica y la generación de un deseo de asistir a una representación es fruto de una actividad que ha mantenido una constante renovación, que ha sido construida por un esfuerzo creacional histórico, inmerso en una formación republicana, o de resistencia a los totalitarismos.
Hoy la creación autónoma, al no acceder a los medios de difusión que demanda el mercado, no logra comunicar adecuadamente su existencia.
Un público, no puede querer lo que desconoce.
Los que nos lleva a un nuevo dilema. la libertad de expresión estaba relacionada con la libertad de poder emitir ideas sin censura.
Hay que recordar que la difusión de ideas estaba en relación a los medios usados para difundirla. El medio de comunicación era oral, verbal, u impreso.
Hoy esa libertad de expresión se transforma en un mito, si no es acompañada por una fuerte inversión para su difusión. (Anuncios en redes sociales – TV-frases radiales- etc.) por ende en un esquema neo liberal se establece una nueva condición, aquella en la cual:
No hay libertad de expresión sin difusión.
Una creación al no disponer de los medios para visibilizar su obra, esta queda inexistente, e incapaz de competir con las estrategias publicitarias de un teatro de mercado.
De ahí que, en el actual contexto de privatización de la cultura, se obliga al creador en transformarse en un emprendedor y obtener dividendos del fondo obtenido, y participar de la libre competencia, en búsqueda del consumidor, además por su auto- gestión debe lograr la captación de audiencias, publicidad y obtener una sala privada.
Más aun en un contexto donde los medios de comunicación masivos, se centran en la difusión de rostros, y de espectáculos donde participa la farándula.
En varios países de nuestro mundo occidental, irrumpen vastos movimientos sociales, en contra de los efectos de la globalización, sobre todo por las consecuencias que esta genera sobre las conductas sociales, fenómenos culturales, y la inequidad que establece.
El arte escénico surge, así como un anticuerpo y una resistencia frente a la cultura de mercado.
El teatro, vuelve a ser centro de un lugar de batalla, manteniendo un discurso que se bate contra los modelos y pensamientos globalizados, elaborando una expresión autónoma, develando la ficción existente.
Desde esta perspectiva emerge como resistencia de una identidad, frente a la cultura neo liberal.
La nueva diferenciación ya no es la de un teatro comercial (termino ya correspondiente a otro periodo) y un teatro no comercial, sino de aquella creación que nace del lucro o del alma.
Estas reflexiones son solo frases, que deben profundizarse, pero que emergen de una situación que se configura.
La tendencia hacia el teatro de mercado es un hecho, las comunicaciones expeditas de la globalización informarán sobre los éxitos escénicos, que raudos los inversionistas culturales querrán reproducir en nuestro entorno. En la medida que el consumo cultural va en aumento, ellos vislumbran un espacio de lucro fácil.
Los mercaderes de la cultura fructificaran no ya con la reproducción de los hits teatrales externos, pero también con la instalación de productos escénicos locales.
Es necesario siempre constatar los vaivenes, que establecen o generan nuevos ordenamientos al interior de un oficio.
No podemos esperar que el estado salga en defensa de su creación cultural, no lo ha hecho con su patrimonio histórico, menos lo hará con el arte escénico.
De todas maneras, nuestra expresión ha subsistido, se ha fortalecido y ha generado nuevas corrientes al margen de apoyos o situaciones macro imperantes.
El arte escénico se sitúa constantemente frente a nuevos desafíos que instauran los nuevos espíritus de época.
Nada de lo anterior es dramático, tan solo señalar, sobre que aguas sé navega. Para no naufragar o perderse al seguir la estela del transatlántico.
Ramón Griffero