Recordar es un ejercicio tremendamente fragmentario y solitario. Aún si esos recuerdos se refieren a experiencias, como la teatral, cuya esencia es lo colectivo y masivo. Recordar es siempre un acto solitario. Reconstituir la historia del Teatro Fin de Siglo me obliga también a convocar mi propia historia.
Entónces se cruzan por mi cabeza, en primer lugar aquellos que sucumbieron en el intento y aquellos que por muy intimas razones o heridos por la realidad, ya no están con nosotros: el escenografo Herbert Jonkers y el actor Alfredo Prieto.
El año 1983 yo venía llegando de Londres, después de haber asistido durante un año a una escuela de actuación y me reintegraba al medio teatral impartiendo docencia en el Club de Teatro dirigido por Fernando González y actuando en la obra Amadeus de Peter Shaeffer, que se presentó en la Sala Arrau del Teatro Municipal de Santiago.
Asistí como espectador al estreno de Historias de un Galpón Abandonado de Ramón Griffero en la sala El Trolley. Debo reconocer que quedé completamente confundido con este espectáculo, por que era tan radical e intensa su ruptura con lo que uno estaba acostumbrado o esperaba ver, que no tuve herramientas para juzgarlo. Su estructura, el lenguaje, su estética y su directa e inteligente aproximación crítica a la realidad que vivíamos en esos tiempos, rompían violentamente con las estrategias, más proclives a lo simbólico y metafórico, que la dramaturgia y las puestas en escenas, habían utilizado hasta entónces para denunciar los horrores cometidos por la dictadura.
Era un nuevo teatro, que hablaba el lenguaje de su tiempo y abría el escenario a las preocupaciones de la vida cotidiana. El mundo se aparecía como espectáculo, donde realidad y ficción actúaban una sobre otra para crear imagenes actuales pero con un tremendo sentido historico.
Después vendría Cinema-Utoppia, puesta en escena con la cual, a mi parecer, Griffero logra consolidar una dramaturgia sólida, un lenguaje escénico propio y diferente, venciendo los prejuicios del propio medio teatral, en un principio muy hostil a su propuesta, además de atraer el interés del público y la prensa no oficialista de la época. En esta obra Griffero hace convivir en escena temáticas impensables para la época, tocando directamente temas como el exilio, los detenidos desaparecidos, la tortura,el crimen, pero entrelazados con personajes como el propietario del departamento donde vive el protagonista, que se transviste noche a noche en Edith Piaf.
Lo trasgresor de esta obra radica en que así como existía una historia oficial de la Dictadura también existía una historia oficial del Mundo Político.
Griffero pone su narrativa escénica al servicio de la descripción de una sociedad constituída por seres humanos que además de su militancia sufren las contradicciones y tensiones propias de la realidad. Amplía el universo escénico al enfrentar a sus personajes, además de los conflíctos historicos y la lucha política, con sus fantasmas y pasiones más íntimas, en el amor y la sexualidad.
Extiende las fronteras del realismo al presentar en su poética espacial de Puesta en Escena diversos planos de realidad, tiempo y espacio. El realismo utilizado por Griffero suscita en el espectador una atención crítica mediante una adhesión emocional al conflícto de sus personajes, profundamente arraigados a una realidad por todos conocida, pero también a traves del humor. Se aproxima a la realidad no por imitación fiel de esta, sino por » un cierto parecido» que guardan sus escenas y sus personajes con la realidad, suscitando, paradojalmente, en el espectador, un reconocimiento y solidaridad ideológica con el mundo presentado, logrando también evadir, sin transar sus contenidos, la censura oficial.
Utilizando y reinterpretando los concéptos y mecanismos estéticos de las vanguardias europeas de los años 20, Griffero defiende hasta las últimas consecuencias la autonomía de lo escenico, sin renunciar a la importancia y el valor de la escritura dramatica, ni a la intervencion social y politica de sus Puestas en Escena. Moviendose en los bordes de la verosimilitud y mediante la irrupción del humor, del mecanismo de montaje cinematográfico, el collage, la vertiginosa sucesión de imagenes, sustituye el factor causal del teatro psicológico, por el asociativo, estableciendo una complicidad y distancia con el espectador que, atrapado por la acción, es incitado a formar parte del espectáculo. Actores y Espectadores producen y conforman una verdadera comunidad orgánica, creando un acto común.
Y de eso se trataba en esos tiempos, de crear lugares comunes, crear actos comunes.
La sala El Trolley, donde se presentaron estas obras se constituyo en un espacio de creación, de investigación, de entretención y libertad, donde se podía vencer ese miedo.
Motivado y entusiasmado por su propuesta escénica, yo presioné con insistencia a Ramón Griffero a invitarme a trabajar con él. Primero en un reemplazo en Cinema-Utoppia, para luego integrarme como actor a su compañia en la Puesta en Escena de «Uuhgt Fassbinder» y «99 La Morgue» .
El Trolley era un caos, y las condiciones en que trabajabamos, no distan mucho, 20 años transcurridos, de las actuales. Me recuerdo matándo pulgas en plena representación, recuerdo a Verónica García huidobro casi ahorcada por un cable de iluminación, cortes de luz, ateridos de frío, pero movidos por una mistica y rigurosidad enorme en el trabajo creativo.
Abrir una sala de teatro en la calle San Martín, barrio en esos tiempos, de putas y cafiches, también fue considerado como una locura. Para poder financiar nuestras producciones se organizaron fiestas que potenciaron este espacio como un lugar donde se congregaban las mas diversas realidades.
Uno de los atractivos de esas fiestas eran la performaces que realizabamos los actores del Teatro Fin de Siglo. Ramón me recordaba una en la que vestidos de españolas cantabamos el Himno de Yungay, yo solo recuerdo haber tenido que cerrar las tremendas puertas de la escenografía de «99 La Morgue» para protegernos de los botellazos, escupos e insultos del público.
El Trolley se convirtió en un espacio de agitación teatral y también en un espacio donde se podía vencer la verguenza de los cuerpos que nos había impuesto la dictadura, conjurar las fuerzas irracionales que nos amenazaban y vencer la tristeza, en el baile, en la seducción, en el amor. Dominar el miedo.
La represión, los allanamientos y amenazas, no pudieron reglar los deseos que nos convocaban y constituían. Como extensión de los personajes de una de las obras de Griffero, constituíamos una escena autónoma, aparentemente sin coherencia con la horrorosa realidad, que, en las fiestas o en las representaciones, como espectadores o actores, cada día, cada noche, por unas horas, nos constituíamos con más fuerza en individuos libres, desbaratando la estrategia de la dictadura de hacer fracasar nuestro deseo y voluntad de ser dueños de nuestra historia, política y amorosa, de volver a construir un destino.
Recordar nos condena a percibir la realidad tal como es: pequeños fragmentos, escenas de otra realidad ilógica, recordar me condena a inventar un sentido segun el correr de los días.
Fuimos de manera muy precaria al Festival de Teatro de Córdoba, Argentina. Hubo fiestas, peleas, botellazos, carcel, pero todo fue compensado con un «Viva Chile Libre, Viva el Presidente Salvador Allende» lanzado a todo pulmón desde la galería antes de empezar nuestra representación.
Con «Uuught Fasbinder», obra que mezclaba escenas de varias películas de este director Alemán, trabajadas u estructuradas dramaturgicamente por Griffero y estrenada en el Instituto Goethe de Santiago, el Teatro Fin de Siglo vuelve a provocar políticamente, pero la provocación y trasgreción de esta Puesta en Escena radicaba en la exposición y crudeza, emocional y sexual de las escenas.
Trabajamos, los actores, en la fragil frontera de la Realidad, enfrentando al espectador con la duda de si lo que sucedía en escena estaba realmente ocurriendo o era simplemente simulación, ficcion, si eran los Personajes o los Actores y Actrices quienes se desangraban en las pasiones y tormentos mostrados en escena. Lesbianismo, homosexualidad, suicidios, masturbaciones femeninas, sodomias masculinas, bajo la niebla del fascismo.
Se abría para el teatro un nuevo escenario, un nuevo campo de batalla, el cuerpo, develando los caminos subterraneos emprendidos por el deseo.
99 La Morgue fue el proyecto más radical en terminos políticos.Este texto dentro de la progresión de la dramaturgia de Griffero alcanza su punto más crítico en cuanto a su aproximación a la realidad, tratando directamente el tema de los detenidos desaparecidos.
Cuando leímos la obra tuvimos miedo. Siempre fiel a su estrategia de montaje,
Griffero insertaba cada cierto tiempo, escenas paralelas a la acción central e incluía el comentario de extrañamiento a travez de personajes de la histotia de Chile en la epoca de la Colonia y el monólogo de lady Mackbeth, «Sangre, sangre en mis manos», en un tratamiento estético al límite del grotesco, que más que camuflar o metaforizar la realidad y la contingencia retrada en escena, la potenciaban.
No puedo dejar de mencionar una larga secuencia muda que daba inicio a la obra y que debiamos repetir dos veces con extrema exactitud, pero la repetición la realizabamos marcha atrás. Notable dirección, que costó muchas jornadas de ensayos.
No recuerdo cómo financiamos esta Puesta en Escena, pero la creación escenográfica de Herbert Jonckers, multiplicaba y transfiguraba de manera delirante el espacio escénico, superándo su creatividad todo lo que podíamos imaginar.
Unidos el talento de Griffero y Jonckers lograban crear un universo escenico de tal densidad poética e ideológica, que exigía a los actores la búsqueda de un estilo de actuación que debía superar el realismo sin perder verosimilitud, pero capáz de sumarse y colmar el espacio escénico, trabajo extremadamente dificil de asimilar, comprender y poner en acción. Debíamos trabajar con un profundo compromiso emocional frente al texto pero a la vez distanciarlo o extrañarlo, ( según la teoria brechtiana), para que sus contenidos políticos, a veces didácticos fueran entregados con claridad al espectador.
Trabajar vocal y físicamente con el espacio escénico en un dialogo permanente de composición con este y con la música, también concebida como un personaje narrativo fundamental dentro del espectáculo, debíamos navegar con y en ella para lograr las atmosferas y climas de cada fragmento de la obra total. Siempre había una canción que interpretar, un baile que bailar y por supuesto un animal que alimentar dentro y fuera de la escena.
Todo esto, puedo más o menos comprenderlo ahora, después de tantos años, porque en su momento reconozco que no creo haberlo logrado nunca.
Marcados por las temáticas, por una estética y poética extravagante, por el barrio putero, por la precariedad y la carga historica de la sala El trolley, por las fiestas, donde convivían todas las clases sociales, todas todas las opciones sexuales, existíamos como actores Grifferianos, y yo me sentía orgulloso.
Lo lograbamos una vez más, vencer el miedo, promover la lucha y sentir la fraternidad que nos unía.
Griffero desde su regreso a Chile realiza un aporte fundamental al teatro nacional.
Inscribe su dramaturgia en el terreno de la historia que está aconteciendo en ese momento.
Desmonta la metáfora y toma la realidad como punto de partida, para intensificar escénicamente la denuncia social.
Otorga a la acción dramática la misma intensidad de la realidad, utilizando con creatividad e inteligencia lo trágico y lo cómico con el propósito de mostrar los desgarros y el caos de ese tiempo, desafiando a los censores que, de alguna manera, minimisaron el poder de convocatoria y rebelión que surgía en la sala El Trolley.
Actualiza la realidad. Entendiendo lo real como una suma de accidentes y representaciones que es necesario analizar y comprender desde el exterior.
A traves de sus personajes y estrategia narrativa pone los destinos individuales al servicio de teatralizar una historia común.
Sus personajes, encarnan siempre una ideología, que tensiona las contradicciones sociales y agudizan las distancias entre realidad y ficción .
Comprende el teatro como una actividad crítica, de denuncia, combate y resistencia que debe mostrar lo que el ojo empañado por el horror no es capáz de ver.
Con toda esta experiencia acumulada en mi colaboración con El teatro Fin de Siglo partí a formar mi propia historia, junto a los actores Paulina Urrutia, Rodrigo Pérez, Amparo Noguera, Luis Gnecco, Verónica García Hudobro, el artista visual Rodrigo Vega, el músico Miguel Miranda, la asesoría teórica de Francesca Lombardo.
Durante estos años transcurridos, lo que personalmente he intentado en mi busqueda creativa y en la docencia es la trasmisión de la experiencia vivida en aquellos años, para que las nuevas generaciones, desde otras barricadas, opongan resistencia y libren un combate frontal contra la ecuación liberal de pretender que la cultura circule por las mismas redes que las mercancias, contra la subordinación del saber y la creación a la competencia y al mercado.
Siento una tremenda gratitud hacia Ramón Griffero y hacia todos los actores y creadores que participamos de ese proyecto.
Han transcurrido 20 años, todo ha cambiado y nada ha cambiado.
Hicimos y seguimos haciendo lo que corresponde: La Resistencia, la Rebelión, promoviendo flujos de cultura crítica, transformando el saber en poder, con lucidez, con rigor. La creación no puede limitarse a interpretar el mundo sino que tiene el deber ético de ejercer una acción sobre él.
Griffero me sigue sorprendiendo y fascinando con la evolución y transfiguración de su dramaturgia y sus Puestas en Escena y sigue siendo un amigo, un referente y un aliado en la lucha contra lo homogeneo, contra el pensamiento único, contra las multitudes halagadas, contra el olvido.
ALFREDO CASTRO.